Kaliagin 1

HOJA I: La no existencia de las cosas
(o la desaparición de tu soporte vital)

Kaliagin se levantó aquella mañana después de desesperarse un poco al comprender que cada día le costaba un poco más de esfuerzo el hacerlo.

Con trabajo se desplazó por el largo pasillo que conducía a la sala de baño; llevaba los ojos aún semicerrados hasta que sintió que se encontraba cerca de una de las ventana laterales; abrió la persiana, se desperezó con cierta afabilidad y aspiró muy profundamente una enorme bocanada de la densa mezcla de G.N.

Era un nuevo día, como todos en realidad, aunque sentía una especie de extraña pesadez en el estómago y en el espíritu, cosa que le ocurría muy frecuentemente en los últimos días.

Sí -pensó-, era un día como todos; pronto quedaría atrás sin extinguirse y podría regresar a él cada vez que sintiera la necesidad no solamente en su mente, no sólo de forma virtual, con la salvedad de no poder cambiar nada de lo ya hecho, aunque quisiera, como por ejemplo sus errores.

Estaba radiante, a pesar de todo el peso que sentía en sus párpados y el resto de su cuerpo.

Sin embargo, al abrir bien los ojos y acostumbrarse a la velada penumbra del paisaje de siempre desde la ventana lateral de la sala de baño, su expresión se congeló.

Se llevó lentamente las manos al rostro, el cuál comenzó a tomar un leve tono ceniciento, su vista se clavó en algún punto lejano y fijo, paralizada, con una aterrorizada e indefinible expresión, mientras allá a lo lejos el típico paisaje de todos los días, las montañas, el río marrón que pasaba frente a la torre, los bosques azules que se perfilaban desde tiempos inmemoriales, los movimientos metálicos de las criaturas vivas, todo...absolutamente todo aquello...había desaparecido.

No había absolutamente nada allá afuera en su horizonte, cada vez más anaranjado por el paso de los instantes, todo estaba intactamente vacío como si una neblina extrañamente invisible a los ojos hubiese cubierto lo exterior en el transcurso de la noche; sólo un lejanísimo límite que separaba el cielo rojizo de la tierra, lo que constituía una difusa línea del horizonte, era lo único visualmente tangible ante sus agotados y desconcertados párpados.

Se restregó los ojos desesperadamente, los abrió una y otra vez como un ejercicio, volvió a restregarse, pero veía perfectamente delineado el alféizar de la ventana lateral, sus manos, su cuerpo, la habitación, el pasillo, todo en fín, estaba ofensivamente allí.

No...no estaba ciego, nada sucedía con sus ojos, todo estaba en su lugar dentro de la habitación, mas al mirar hacia afuera no había nada...absolu-ta-mente nada.

La nada misma en toda la extensión de la palabra y el signo.
Por última vez se restregó la cara, en especial los ojos y luego de observar asombradísimo aún, por un breve momento la no existencia de las cosas retomó el camino de la sala de baño, sumergido en un desconcierto que no experimentaba desde tiempos remotos ante las cosas que no podía comprender, pero que estaban frente a él y que, de alguna manera, le interpelaban.

Al bañarse se preguntaba kaliagin "Qué diablos ocurrió durante la noche con el mundo circundante?", "Qué diablos con el día?", y pensó, ya más calmado, que después del baño regresaría a la ventana lateral del pasillo y todo estaría en su lugar nuevamente como ayer, no siendo todo nada más que una de las tantas y desagradables jugarretas de sus sentidos, como solía ocurrrir cada cierto tiempo.

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¡¡¡Mierda!!! -exclamó Kaliagin- en voz alta y ya francamente asustado por el raro timbre de su muy poco usada voz, al ver que todo lo que había visto anteriormente continuaba obstinadamente igual, su corazón comenzó a latir peligrosamente y previendo una crisis corrió a la habitación a buscar la última botella comprimida de "O";...

... ¡¡¡mierda, mierda, mierda!!!...

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